Wednesday, April 18, 2007

El debate de Virginia Tech

La matanza de Virgina Tech ha reavivado el debate sobre el control de armas. En primer lugar, es claro que si Cho Seung-Hui no hubiera podido comprar su par de pistolas, no habría podido cometer la masacre. Hay que recordar que Cho Seung-Hui las adquirió legalmente, lo que sin duda pone en cuestión el funcionamiento de la ley. También parece evidente que la posesión del arma facilita tomar una decisión fatal. Si tienes a la mano una pistola o algunas drogas, es más probable que te suicides en algún momento en que te dé un bajón emocional. Sin embargo, no todo se solucionaría prohibiendo repentinamente el uso del armas. Para comprender mejor el porqué, hay que tomar en cuenta varios asuntos.

La posesión de armas en Estados Unidos es un derecho constitucional. Su finalidad es proteger al individuo de un posible Estado opresor. La doctrina es que los hombres y mujeres libres portan armas, mientras que los oprimidos carecen de ellas. Esta razón es muy similar a la doctrina de la separación entre la iglesia y el Estado. Su finalidad original no era proteger al Estado de la influencia de la religión, sino al revés: evitar que las iglesias sean intervenidas y reguladas.

Los partidarios del uso de armas sostienen que ellas permiten defenderse de los verdaderos delincuentes. En principio, parece ser el caso que si alguien hubiera tenido un arma a mano, habría podido deshacerse con rapidez del homicida de Virgina Tech.

Los partidarios del control de armas, por el contrario, argumentan que estos crímenes no serían posibles si no fuera tan fácil obtener un arma. Al igual que Cho Seung-Hui, Mark Chapman, el asesino de John Lennon, también consiguió un arma legalmente. Si esa pistola, simplemente no habría podido cometer su crimen.

En este debate, surge una paranoia absurda. Los partidarios de las armas, conservadores en su mayoría, sostienen en algunos casos que hay una conspiración nazi-comunista en favor del control de armas. Los tiranos son enemigos de que el pueblo posea armas porque de esa manera los pueden oprimir y, en este sentido, no hay diferencia entre Lenin y Hitler (digamos que hasta aquí el punto es aceptable); el problema es que extienden el argumento a la idea de que cualquiera que apoye el control de armas está con uno de esos dictadores. Tal sospecha es, simplemente, delirante y absurda. Los que piden el control de las armas no están interesados en ninguna revolución comunista y, mucho menos, nazi. Tales afirmaciones no hacen sino pintar a los conservadores como unos paranoicos irremediables. Los enemigos de las armas quieren prohibirlas porque (como yo) les tienen miedo, no porque quieran imponer una dictadura, y razones no les faltan.

Lo que debe tomarse en cuenta, creo yo, es que no hay un estándar nacional para la licencia de armas. Cada estado es independiente al respecto y allí parece estar el problema. Mientras que New Jersey es más estricto (investiga la personalidad del solicitante), Virginia es más relajado. Un funcionario de New Jersey declaró que en su estado Cho Seung-Hui no habría podido conseguir un arma. Ellos, sostenía, se preocupan por interrogar a las personas que conocen al solicitante de la licencia. Cuando hay indicios de depresión o de sicopatía, como era el caso del estudiante surcoreano (quien tuvo problemas con sus profesores y sobre quien había indicios de haber acosado un par de compañeras) simplemente se la niegan.

Hay quienes presionan por menores regulaciones. La millonaria industria de las armas es un lobby muy importante en la defensa de este derecho ciudadano pero es obvia su motivación. La solución parece estar no tanto en la total prohibición (imposible, siendo el caso que es algo que no exsite en los países con una democracia consolidada) sino en una regulación más exigente. Si te toman una prueba sicológica para conducir, ¿por qué no se hace lo mismo para una licencia de armas? Los estados tendrían aquí que ceder sus poderes (algo que a los conservadores no les gusta) y permitir que se imponga un estándar nacional que permita, por un lado, una mejor administración de este derecho y, por otro, que mantenga una mejor alerta sobre el uso de estos peligrosos objetos que en manos irresponsables pueden ser extremadamente letales. Convertir a Estados Unidos en un “far west” sería una locura, pero tampoco hay manera de establecer una absoluta prohibición.

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