Woody y el arroz con mango
“Arroz con mango” se dice en el Perú para referir una combinación absurda. En sus tiempos de congresista, Harold Forsyth la utilizaba para explicar por qué una ley debía prohibir que el fútbol se mezcle con la cerveza. “A mí me gusta el arroz y me gusta el mango, pero no el arroz con mango” fue su justificación.
Un día descubrí que tal emblema de una unión imposible, repulsiva, aberrante, anómala se servía en un restaurante tailandés a cuadra y media de mi casa. En el menú estaba el nombre de un postre llamado “sticky rice and mango”. Y, créanme, es buenísimo. Pueden ver la receta aquí.
Ya antes había probado una salsa de mango con arroz en un restaurante mexicano en Lima en un plato que no estaba nada mal ni tenía nada de incoherente o absurdo. La combinación de arroz con mango es perfectamente posible y, después de conocerlo, para mí ha dejado de significar una aberración y se ha convertido en cifra de lo diversa y relativa que puede llegar a ser la cultura.
Las comidas y las bebidas, en efecto, forman una barrera cultural que a veces puede ser infranqueable. A muchos extranjeros les parece increíble la pasión de los peruanos por la Inca Kola, no se diga ya por la pancita, el anticucho o el cuy chactado. Y si a los peruanos nos parece cuando menos extravagante el uso del chocolate en una salsa agridulce como el mole, habría que preguntarse qué pensarán los mexicanos de nuestros frijoles colados. La noción de lo que es “bueno para comer” (uno de los temas del antropólogo Marvin Harris) es uno de los puntos clave para observar los cambios culturales. ¿Cuántos niños limeños se animarían hoy a probar la mermelada de ají o la gelatina china?
En varias crónicas de los siglo XVI y XVII, una evidencia recurrente para demostrar la inferioridad de los indios peruanos es lo rudimentario de sus alimentos. Si uno es lo que come, es fácil declarar inferiores a quienes comen frutas y animales que consideramos inferiores y repugnantes a quienes comen platos que consideramos repugnantes: en un video preparado por racistas argentinos, se demostraba la inferioridad de los chilenos con fotografías de cuyes adobados. Hay modos de romper estas absurdas ilusiones que nos hacen creer que somos mejores que los otros en tanto que los otros son diferentes. Por eso me encanta y recomiendo el programa “No reservations” de Anthony Bourdain, un gringo que se pasea por el mundo comiendo todo lo que se le ponga enfrente y que representa la sensibilidad más cosmopolita, más amable y más liberal de los Estados Unidos, país que, a su vez, es objeto de odios y prejuicios.
Bourdain, por supuesto, estuvo en el Perú, donde probó desde el cebiche hasta el masato, pasando por el ayahuasca y la piraña. Sus cicerones fueron Gastón Acurio y Bibiana Melzi y, si no me creen, pueden ver el capítulo en YouTube aquí: , aquí, aquí , aquí y aquí.
La conclusión de Bourdain: que el Perú es un país mágico y asombroso. Pero para llegar a tal corolario, supongo que hay que viajar con ese deseo de buscar el asombro y la maravilla. Esta es la mejor manera de comprender a los otros. Una buena tarea para nosotros los peruanos debería ser dejar de señalar los defectos ajenos y ver los propios, dejar de hacer mofa del racismo y el dogmatismo en el primer mundo y mirar en primer lugar nuestros propios prejuicios. Y, con este propósito, observar el mundo es, cómo no, una manera de observarnos mejor a nosotros mismos.
Cuando Silvio Rendón me invitó a participar de este nuevo blog de temas internacionales, pensé que yo, un crítico cultural, tendría muy poco que aportar. Sin embargo, no hay manera de hablar de la cultura sin pasar por el examen de las diferencias. Así que este es el contraataque de Woody y del arroz con mango. A ver qué tal nos va.
3 comments:
Es difícil eliminar tanto prejuicio acumulado. Yo, enamorada de la comida mexicana, todavía no puedo comer sin reservas. Saber que tengo ciertas partes del animal en mi boca, por más buen sabor que tenga, me resulta casi doloroso. Pero bueno, la cosa es tener disposición e intentarlo...
Me encantó el post.
Mónica, acabo de ver tu comentario. Muchas gracias por tus elogios. Por cierto, yo nunca me he animado a probar muchas cosas que no dejan de repelerme. Precisamente por eso creo que la comida puede ser cifra de la diversidad cultural y de la dificultad para cruzar las diferencias.
Si eres quien creo que eres, ¿por qué no me escribes a mi email?
sobre la comida y la interculturalidad, me pasó algo interesante el otro día: estaba en el supermercado con mi esposo, que es suizo, y él cogió un paquete de care de chancho "para hacer chicharrón", me dijo. Y yo le respondí "pero si no hay mote, cancha, ni camote, con qué lo vamos a comer". Me miró con cara de turista total y me dijo: "con ensalada o con pasta!!" La verdad a mí no me provocaba, pero como él tiene una relación de curiosidad, y no de identidad, con la comida peruana, pues termina siendo más "libre" que yo frente a mi propia cultura. y bueno, yo hasta ahora no puedo comer carne de caballo, pero él no se hace problemas con el cuy.
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